Título: Diario de un viajero: Vacaciones y el autógrafo de Luis Miguel
Autor: Esteban Goldammer
Fuente: Big Bang News
Lugar y fecha: Buenos Aires, 3 septiembre 2018
Link: https://www.bigbangnews.com/actualidad/Diario-de-un-viajero-Vacaciones-y-el-autografo-de-Luis-Miguel-20180903-0001.html
Diario de un viajero: Vacaciones y el autógrafo de Luis Miguel
Por Esteban Goldammer
03 de Septiembre 2018 · 08:19hs
Cancún, año 1995. Me tiro en la arena blanca a disfrutar de ese mar turquesa profundo que cientos de americanos se niegan a probar. Desde la pileta de los hoteles, ese caldo de cultivo regado de alcohol, ellos detienen las horas sin más sentido que embriagarse y liberarse de un control que, en tierras mexicanas, no los aqueja. Yo prefiero la tranquilidad de la playa. El Caribe para mí solo. Bueno, no tan así porque al lado mío está Luis Miguel. ¡No, no puede ser! ¡Te digo que es Luis Miguel! Debe ser el doble... Noooo, está un poco gordito, pero tampoco el doble. No, digo que es el doble, el argentino ese que lo imita. Andrés… bueh, no me acuerdo el apellido. La charla con mi novia sigue así un rato largo, como si los shots de tequila de la noche anterior todavía hicieran efecto. Porque sí, uno no puede visitar Cancún sin entregarse a la fiesta aunque más no sea una vez con un fin netamente sociológico. Ahí se traslada por la noche el descontrol yanqui. O se potencia.
Pero volvamos a lo importante y no digo que la noche; X-Caret y los famosos ríos subterráneos; Isla Mujeres y el Parque Nacional Contoy, tan fascinante como selecto (sólo acceden 200 personas por día); Tulum y ese sensacional legado maya sobre la costa; o Chichen Itzá (otro imperdible) no sean importantes, pero el sol de México, y no me refiero al astro rey… Ah, Rey, Andrés Rey, ¡ese es el imitador! Como decía, no me refiero al astro, sino al único, al inigualable Luis Miguel, ese virtuoso capaz de reinventarse hasta el hartazgo que se apresta a subirse a un kayak a metros mío. Te digo que no, que no puede ser, que Luis Miguel tiene una casa en Acapulco. Y que se yo, tal vez le gusta más esta ciudad. ¡Mirá si teniendo un caserón sobre el Pacífico, va a venir acá! ¿Vos lo harías? Y no, yo no, pero los artistas son medio ra… Y me freno justo cuando está por meter el kayak al agua y lo detiene un grupito de chicas de entre 15 y 20 años. Birome, papel y fotos en mano, intercambian sonrisas, emoción, excitación, choque cómplice de coditos y miradas sugestivas. Él se acomoda el pelo así como hace arriba del escenario, agarrándose los mechones como si quisiera arrancarlos, y empieza a firmar autógrafos. ¿Ves? ¿Qué te dije? Es Miki. No me contesta, no sé si porque se convenció o para dejarme contento. Pero un rato después me dice: No vas a ir vos también, ¿no? Yo tengo toda la intención, pero ese comentario censurador... La odio cuando hace eso. Que no puedo ser tan cholulo, que le hago pasar vergüenza, que estamos de vacaciones, que por qué no le presto un poco más de atención a ella y qué se yo cuántas cosas más. Me quedo mascullando bronca un rato largo, mientras sigo atento los movimientos del kayak que se recorta en el horizonte. Va y viene. Igual que mi cabeza pensando si cuando sale del agua, lo encaro. Agarro el termo y el mate, más para matar el tiempo que otra cosa. Me acuerdo del Luna Park del ´92, la primera vez que lo vi en vivo. Una máquina. Desde entonces, me como estoicamente el gaste de todos mis amigos. Desde los que curtían el heavy metal hasta mi amigo Christian, seguidor de los Backstreet Boys. ¡Caradura! ¡Y él me carga a mí!
El sol empieza a caer. Y las nubes que antes apenas ofrecían pausas repentinas, ahora se multiplican, paradójicamente, haciéndose una muy oscura. Miki sigue en el agua. Y yo, estirando un mate lavado a la espera de que salga. ¿Me das un mate? Tendría que ir a buscar yerba a la habitación. Y dale, me dice. En cualquier momento se larga, acoto. En realidad, no me importa eso. Lo que me preocupa es irme y que Luismi salga del agua, pero no lo puedo decir. Okey, voy. La prisa vence a la mala gana y cubro la distancia de playa que separa el hotel del mar en tiempo récord. Entro y voy directo al ascensor. Escucho un ruido. No es de adentro, viene de afuera. Marco el piso veintidós y giro para ver a través de la superficie vidriada. Es ultramoderno, sube rápido, pero aún así me da tiempo para observar. El cielo está gris oscuro, casi negro. Asoma un tímido relámpago y detrás, un nuevo estruendo. De ahí en más, una sinfonía de truenos y rayos anticipan un final inminente. Acorralado en el ascensor, veo a alguien sacando un kayak del agua y dejándoselo a un empleado del hotel. Es Miki, que se convierte en un puntito hasta desaparecer. Se abre el ascensor. Me olvido de la yerba y presiono PB instantánea y inmediatamente. Cuando llego abajo, un panorama desolador: lluvia a cántaros. Y la gente amuchada. Busco con la vista a Luismi entre el tumulto. No está. Ella sí, con el bolsito, el termo, el mate, las toallas y mis ojotas en la mano. Y también los yanquis que siguen a los gritos como si todavía estuvieran en la piscina o fueran los fans en un recital de Luis Miguel. Ah, Luis Miguel… me quedé sin su autógrafo. Y la culpa no fue de la noche. Ni de la playa. Ni de la lluvia. Fue de mi novia.
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