Título: Chino Leunis: “Tenía 13 años cuando la depresión se instaló en casa y fue el desafío de todos”
Autor: Sebastián Soldano
Fuente: Infobae
Lugar y fecha: Buenos Aires, 7 de Septiembre de 2022
Link: https://www.infobae.com/teleshow/a-solas/2022/09/07/chino-leunis-tenia-13-anos-cuando-la-depresion-se-instalo-en-casa-y-fue-el-desafio-de-todos/
A SOLAS
Chino Leunis: “Tenía 13 años cuando la depresión se instaló en casa y fue el desafío de todos”
La muerte de su hermana. Los problemas económicos por los que perdieron la casa familiar. Los deseos de ser pediatra. Su pasado como cantante. El fanatismo por Luis Miguel. Los tiempos como repartidor de pizzas y recolector de orina de señoras. La “hermana del corazón” que adoptó de adulto. Sus extrañas manías caseras. El inédito amor de Maca “+4″. Y cómo educa a su hija adolescente. Reflexiones de un hombre que aprendió a mirarse y a sanar
Sebastián Soldano | Infobae | Buenos Aires, 7 de Septiembre de 2022
Sebastián Soldano | Infobae | Buenos Aires, 7 de Septiembre de 2022
Corrió por “la calle incómoda de la tristeza” 15 kilómetros diarios. Fueron maratones solitarias alrededor del barrio y de su consciencia. El recurso personal más urgente y efectivo para “cambiar mi conversación interna, ayudar a mi mente a filtrar emociones y a evitar que esa angustia se hiciese monótona”, explica. Leandro Damián Leunis (41) dice no haber sido exento del desafío de reflexión que planteó la pandemia. Con la vorágine en pausa, “siempre hay algo que nos quiebra y que nos abre los ojos”, reflexiona. Ese click colectivo de los más grandes de la historia (como llama al aislamiento) le dio envión para replantear su valía, la del tiempo y la de los vínculos que ha “aprendido a honrar”. En definitiva, un ejercicio para lo que “una vida con tantos matices, sabores y altibajos” lo ha entrenado muy bien: “Mirarse para sanar”.
Entre tanto, su “yo-laboral” no eludió el proceso. A principios de año y después de ocho, Leunis renunció a su sitio en Telefe. “Sí, estuve muy triste por eso”, revela. “La decisión costó. Pero después de haber tomado otras más difíciles como la de divorciarme (2018), que iba a contramano de todos mis paradigmas, esta vez los miedos resultaban mínimos”, cuenta. “Fue el canal que me recibió de muy potrillo, el que me dio la primera oportunidad en televisión de aire, pero yo ya no estaba pudiendo ser. No había espacio para mí. Era un conductor de banco: veía llegar colegas y yo no jugaba nunca. Entonces dejé atrás las excusas, la idealización infantil del juntos para siempre y acepté que a veces simplemente uno no es lo que necesitan”, dice. “Y para nosotros, los talentos frente a cámaras, eso puede ser muy doloroso”. Sí, “todas las emociones son buenas”, algo de lo que está seguro. Y ese pesar lo puso de cara a la necesidad de arriesgarse, de rediseñar el camino que hoy dice estar honrando. Así fue como se convirtió en el anfitrión querido y valorado de El Hotel de los Famosos (Boxfish para El Trece).
Hablamos de la tristeza. De la grande. De la luenga. “La que al filtrarse lo inunda todo”, como señala. A la que teme un poco pero respeta mucho porque ha sido estigma y reto a lo largo de su historia familiar. No es amante del pasado, anticipa. Y si acepta abrir ese episodio es porque, tal como dice (y con cierta jactancia) “ha sido una experiencia más que supimos capitalizar”. Los Leunis convivieron con la depresión. “Cuando un integrante de la familia la sufre todos son alcanzados. Entonces atravesarla y superarla se torna el mayor de los desafíos”, cuenta con reservas. “Fue un largo proceso que se dio entre mis 13 y mis 15 años. Uno no tiene idea de cuál es la forma de ayudar a esa persona. Cómo hacerle entender que finalmente todo estará bien. Ni cómo, siendo tan chico, no sentirse un poco responsable de lo que se está viviendo”, explica. “Era como querer ayudar a alguien con la luz apagada: tenés pánico de avanzar y chocarte contra algo”. Pero esa bomba que estalló en casa a principio de los 90 se había activado varios años antes de que él naciera.
“Perdimos una hermana”, revela el Chino. “Se llamaba Analía y partió el mismo día en que nació a raíz de una mala praxis. Es difícil imaginar el dolor que habrán sentido mis viejos. Ir al hospital a parir y volver a casa sin tu bebé... Durísimo. No debe haber golpe más fuerte en la vida ni temor más grande, al menos para mí. Entonces uno puede entender todo ese después. Esa marca indeleble. Eso que no se digiere ni se digerirá jamás”, dice.
Analía fue la primera hija después de dos varones, Leonardo (cantante y emprendedor radicado en Estados Unidos, 53) y Germán (chef, 51). Y a la que siguieron Sebastián (paisajista y creativo, 44), él y Nahuel (mago y animador de eventos, 35). “Ese hecho fue moldeándome, diseñando la forma de vincularme con las mujeres. Yo siento comodidad, cierta facilidad para generar un vínculo de confianza con ellas y entablar la complicidad que tendría hoy con esa hermana tres años mayor que yo”, explica. “Porque creo que a lo largo de mi vida siempre estuve buscando una hermana”. Y finalmente la encontró.
Leunis habla de Ana (46), llamándola “mi hermana del corazón” sin dejar de subrayar la paradoja que le significa la similitud del nombre con el de Analía. Se conocieron en 2008, cuando ella y su marido (Pochi) eran vecinos en el PH que él compartía con Karin Rodríguez (42), su exmujer. La coincidencia los convirtió en amigos entrañables y el tiempo, en “compañeros de vida”, define. “Ella también cargaba una historia que engancha mucho, porque es hija de desaparecidos. Y siento que los dos pudimos amalgamarnos de forma muy amorosa. Nos adoptamos mutuamente”, cuenta.
El abrazo a las realidades ajenas y, en definitiva, el culto a los vínculos ha sido el saldo de las lecciones de aquel tránsito familiar, según indica. “Entendí que ser empático y amoroso me resulta el camino más corto a la felicidad”, reflexiona. Y esa fue la clave que los salvó. “Cuando la tristeza se encalla es muy importante la ayuda de un profesional, pero el amor es fundamental. Así salimos, con acompañamiento, paciencia y templanza”. Hoy bases y prioridades del presente familiar al que rotula “mi bendición”.
Dice que realmente supo de qué van la valentía y la admiración observando a sus padres. “Verlos hoy tan impecables después de haber nadado en barro es un montón para mí”, cuenta el Chino. Leonardo Leunis (77), hoy contador jubilado, y María Cristina Guevara (73), “nada más ni nada menos que madre de cinco”, le propiciaron una infancia “mega” feliz. “Crecí en Ramos Mejía, en el contexto de una familia de clase media en la que pudieron haber faltado algunas cosas pero en la que, definitivamente, sobró el amor. Tal vez la reserva necesaria para sobrevivir al tsunami que se vendría pronto. Porque al dolor del que hablamos se sumaron los problemas económicos por malas decisiones, deudas infernales, cartas documento... Quizá sea por eso que hoy no puedo deberle ni un peso al kiosquero. Y reconozco ese temor aún latente a que todo pueda irse a la mierda en cualquier momento”. Cuenta que la situación se había agravado de tal modo que “perdimos hasta la casa”.
Su padre jamás ha podido volver a pasar ni siquiera cerca de aquella vivienda en la que crecieron. Pero él sí, y hasta cruzó el umbral. “Conocí a uno de los hijos de los nuevos compradores jugando al fútbol en una cancha de la zona. Juan se llama y hoy es periodista. Siempre me decía: ´Dejaste el gen en el cuarto´, porque usaba el que había sido mío”, relata. “Entré a ese lugar 18 años después y fue como si se hubiese parado el tiempo. Emocionalmente fue muy intenso pero me resultó una sanación inmensa”. Así recuerda ese episodio de un tránsito “duro” para un adolescente “que bancaba la tristeza familiar mientras debía dejar su sitio de pertenencia”. En fin, dice que ha sido un “readaptado constante”. Alguien con una capacidad “entrenada” para acomodarse ante lo inevitable de la vida.
“Tengo recuerdos de una conciencia muy temprana. Por ejemplo, era buen alumno. Escolta. Y solía estar sentadito, con la mochila puesta 20 minutos antes del que el micro escolar tocase bocina. Y al volver de colegio no me sacaba el guardapolvo hasta terminar la tarea”, cuenta. “Fui un niño-soldado y eso me enseñó a trascender en todo lo demás. Nunca me permití la queja y mi gran preocupación siempre fue no llevar un solo problema más a esa casa. Yo debía dar buenas noticias. Lo que tal vez me ha quitado un poquito de infancia”.
Cuando los números comenzaron a quemar, el Chino salió al cruce de un alivio. “A los 16 repartí pizzas en Ramos”, cuenta. “Primero a pie. Al terminar la secundario lo hice en moto. Y para cuando empecé a estudiar periodismo deportivo me bancaba la facu con el sueldo de encargado del local”. Pero antes supo encontrar “curro” recolectando orina de señoras para un laboratorio que producía medicamentos para tratamientos de fertilidad. “Sí, subía y bajaba de un camión en busca de los frascos que ellas dejaban en sus puertas o ventanas. Claro, esperando siempre la buena fortuna de encontrarlos bien cerrados”, bromea. “Cada uno de los trabajos que hice me enseñaron a valorar cada uno de los roles de un sistema. A agradecer mi presente. Y a amigarme con ese Leandro que dio un saltazo enorme. Es de lo que hablaba Steve Jobs en su Teoría de los puntos: si uno mira hacia atrás y va conectando eso que hizo, todo va teniendo sentido”, relata. “Si miro hacia atrás, esa cadena de episodios más o menos felices de mi vida, explican mi modo de ser”.
Regresemos por un momento al inicio de su adolescencia cuando el dolor familia ya se había echado a andar. Porque en este relato Leunis destaca una figura significativa en su definición personal: su hermano Sebastián (el mayor inmediato). “Quien puso el pecho para que a mí no me llegase ninguna bala”, define. “En ese entonces, mis viejos decidieron separarse”, cuenta. “Y la familia se dividió con ellos. Mis dos hermanos mayores quedaron en casa con papá y los tres menores nos mudamos con mamá a un departamento cercano. Y en ese contexto de tristeza, más allá de quién pudiera ayudarnos en casa, nos sentíamos solos. Estábamos solos”, dice.
“Sebas me hacía hasta la comida. Compartíamos la habitación y me acuerdo que antes de dormir yo quería charlar, quién sabe con qué necesidad, y él me hacía la gamba jugando a nombrar gentilicios de ciudades extrañas hasta caer rendidos. Fue mi gran bastón. Mi amigo y el amigo de mis amigos. Me regaló esa sensación de vivir protegido. Cuando pienso en Sebas tengo esa imagen de alguien que camina con un niño bajo la lluvia cubriéndolo con su propio abrigo para que no se moje”, grafica. “Siempre le digo que le debo mucho y fue un referente en este mandato familiar tan lindo de saber brindarse”.
Habla del humor y el histrionismo “típico de los Leunis” que también despuntan en tantas tertulias de parrillas. Le gusta la actuación, pero aún no se anima. El canto... Ya hablaremos de eso. Mientras tanto encontró en la locución un canal apto para esa veta. Sí, el test vocacional que había hecho en cuarto año lo había dejado en vías del periodismo deportivo, “porque me gustaba escribir y tenía talento”, reconoce. “Pero ya como pasante de producción en La Red reaccioné que el aspiracional que podría tener no me gustaba nada. Miraba a los periodistas del momento hacer su trabajo y pensaba: ´Yo no quiero ser eso´”, dispara.
Con decir que los miles de filtros (“y complejidades”) que significaron ser aceptado en el ISER (Instituto Superior de Enseñanza Radiofónica) resultaron más motivadores, “porque soltaría mi expresión”, creyó. “Tengo un prejuicio con los guetos o las etiquetas que limitan. Yo soy lo que estudié, okey. Soy periodista. Y además, locutor. También animador. Soy muchas cosas. Estoy convencido de que cada vez debemos ser más amplios, todoterrenos. Fue ahí que me encontré con el conductor. Y puedo decir que en ese momento sentí que iniciaba oficialmente mi vida de adulto”.
Fue cara de E! Entertainment, condujo tres ciclos en Much Music (2005 a 2009), uno en ESPN (2020), 12 en Telefe (2014 a 2021) hasta su desembarco en El Trece. No obstante, “en un momento de mi vida quise ser médico pediatra. Y siento que podría haberlo hecho muy bien”, revela. Un poco “para revertir esa experiencia amarga que significa para un chico entrar en un consultorio”. Otro poco “inspirado por el médico que me atendía, al que quería mucho e imitaba en casa su modo de escribir las recetas”. Pero siempre “por la vocación de servicio, tan típica de los virginianos”, resume. “Que tal vez hoy ejerzo acompañando y entreteniendo”. Entre tanto de habilidades desnuda otro de sus talentos que, “¿quién sabe?”, algún día se comparta. El Chino, canta.
“De adolescente tocaba la guitarra y la batería electrónica. Tenía una banda en la que yo era la voz y hasta escribía canciones”, cuenta. Y si no ha sido cantante “es porque para serlo hay que hacerlo bien, entregando la vida a eso”. Cree en el poder de la música y en el complemento que significa para la conducción, y que “está ahí, muy latente, como a punto de aflorar en esta, la que intuyo mi mejor versión profesional. ¿Quién sabe si el día de mañana me tocase estar frente a un proyecto en el que cante con mis invitados al estilo Jey Mammón?”.
Se pregunta cómo es posible que Alejandro Sanz escriba esas canciones. Admira a Armando Manzanero y es “amante de los boleros, el soul, el jazz y el funky”. Pero en términos musicales, confiesa: “Muero por Luis Miguel. El tipo es lo más grande que hay. Lo escucho todos los días de mi vida. Ya es como una hermandad que siento con él. No lo conozco, pero vi su serie y me dan ganas de correr a abrazarlo, a acompañarlo”, relata. “Escuché su disco El concierto tantas veces que lo gasté. Siempre salgo a correr con su música en mis auriculares. Y cuando pasa la gente me digo: ´¿Se imaginarán lo que estoy escuchando?´”, suelta con gracia.
Leunis conoció a Magdalena Maca Martínez Picabea (42) en un curso de formación de Coaching Ontológico, en la misma fundación que ella hoy dirige. “No fue amor a primera vista. Es por eso que me cuesta recordar cómo era nuestro vínculo antes de enamorarnos”, cuenta. Su separación había sido demasiado reciente como para poder pensar en esa dirección. “Era una compañera más, y entre tantas otras no la veía. Realmente no la veía. Y entonces fui conociéndola al revés de como suele pasar: de adentro hacia afuera”, señala, tal vez, como un valor diferencial. “Los dos estábamos atravesando procesos parecidos respecto de nuestras exparejas y cuando todo fue sanando, cuando me despojé del típico ‘por mi cumpla, por mi culpa y por mi gran culpa’ ante la familia rota y ya estaba en vías de reencontrarme conmigo mismo, levantamos la vista y nos miramos. Hoy pienso en ese momento y siento que fue como si alguien me hubiese empujado diciendo: ´¡Es ahora!´”, relata. “No encuentro una explicación lógica, pero algo pasó y empezamos a hablarnos de otra forma, a acompañarnos diferente”.
Estaba a dos muebles de terminar la casa de Haedo en la que pasaría su nueva soltería. La misma en el que había comenzado a “rediseñar mi individualidad”, según dice, después de 14 años en pareja con la locutora Karin Rodríguez, madre de su hija Delfina (12). Pero el rayo cayó en el centro de los supuestos. “La terminé. Y cuando estuvo ideal, me fui”, relata.
La incertidumbre sobre la extensión del encierro en el inicio de la pandemia los reunió en lo de Maca, en Beccar. “Pero Delfi no tenía espacio propio y me sentí en deuda con ella”, cuenta. Es así que apareció, en Tigre, la propuesta perfecta: “un espacio para siete″ con un cronograma (compartido con sus otros padres) que les permite pasar la mitad de cada semana todos juntos. Recordemos que Magdalena es mamá de Lola (17), Alfonso Toto (16), Cristóbal (14) y Toribio (11). “Así fue que empezamos a disfrutar de esa armonía que solo se logra cuando las cosas están bien hechas”, concluye Leunis.
Porque es “una socia ideal”. Porque tiene “un poder de simplificación extrema y una predisposición arrolladora que te obliga a pedirle que pare un poco”. Porque “es fuego y no se abatata por nada”. Porque “a veces siento que mi misión es cuidarla de esa intensidad, recordándole que no hace falta correr, que nada está en riesgo”. Porque “es imposible no quererla más allá de ser pareja”. Y “porque los chicos nos lo pedían a gritos”. Fue por todo eso “y más” que el Chino le propuso matrimonio a Maca, en abril de 2021, durante un viaje a Bariloche y cinco meses antes de la ceremonia (10 de septiembre).
“Fluyó en una habitación de hotel a orillas del Nahuel Huapi, yo en calzones, ella en pijamas, muriéndonos de risa”, recuerda. Tan “osado e inéditamente flexible”, como aprendió a ser: “Muy adaptable a todo eso que la vida nos propone”, señala. “Al regresar, reunimos a nuestros hijos alrededor de la mesa de la galería: ´Tenemos algo que contarles´, les dijimos. Claro, ellos ya habían tenido un pedido de charla grupal algún tiempo atrás de las negativas...”, relata Leunis. “Cuando finalmente les anunciamos que nos casaríamos, empezaron a correr descontrolados por el jardín. Pero la reacción fue mayor cuando les comunicamos que todos nos iríamos de luna de miel... ¡Y a Disney! Porque ese sería un casamiento de familia. Y creímos que, simbólicamente, lo correcto sería compartir ese viaje, que resultó ser maravilloso”.
La convivencia resultó a prueba de manías. Porque el Chino tiene las suyas. “Duermo con el sonido de un ventilador que bajo de YouTube... Qué sexy, ¿no?”, bromea. Pero es así. Concilia el sueño con ruido blanco de fondo y tiene una explicación. “Esa frecuencia logra neutralizar cualquier otro sonido. Por ejemplo, si acá abajo hay una juntada de 20 pibes, yo enciendo mi parlante y alcanzo el sueño profundo”, cuenta. Además, tiene un rollo con el lavarropas. Leunis suele sentarse frente al visor y pasar largos ratos “viendo cómo gira la ropa, cómo juega el agua en cada uno de los ciclos”, asegura. Un “chupete psicológico”, un modo válido de meditar, porque como señala: “Tengo algo muy particular con la contemplación, con cierto flow interno que me equilibra”.
Es sumamente ordenado por no decir maníaco de la limpieza y de la prolijidad. Y entonces vuelve a la carga: “Muy Virgo, con ascendente en Aries y Luna en Virgo”, detalla. Leunis cree en la influencia de las estrellas. “Karin (su ex) es astróloga y la información nunca faltaba en lo cotidiano”, señala. “Cada año me hago la carta astral y la revolución solar. En definitiva la Astrología me resulta una herramienta más, y muy válida, en este camino de autoconocimiento que emprendí hace tiempo”.
Waze le vaticina 51 minutos desde Tigre a Ramos Mejía. “Cuando nos mudamos le prometí a Delfi que la distancia jamás sería un problema para nosotros”, cuenta. Ella (“una flor que empieza a explotar”, como la describe) lo espera al terminar su día de clases. “Este año empezó la secundaria. Es tan capricorniana que para moverla tenés que empujarla, pero esta vez me sorprendió. Es brillante en todo sentido. Pragmática. Organizada. Y me fascina verla tan enamorada de ese mundo”, destaca. Además, claro, “coquetea con el arte audiovisual, porque es muy crack editando. Ahí voy viéndole la llamita de pasión por la comunicación”, apunta.
Es entonces que se hace centro de este último tramo de la conversación. Hablamos de las prioridades de su educación, y Leunis no duda en señalar el eje sobre el que gira su legado: “Quiero que sea una mujer empática. Y aquí, bueno, aparece el quiero. Que sea lo que decida, pero me ocupo de mostrarle con ejemplo ese valor central. Porque así se enseña y así se aprende”, concluye.
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